diumenge, 9 d’abril del 2017

¿Por qué justificamos lo injustificable?

Cruz Leal, MDD.

La realidad de la prostitución se alimenta de un imaginario en el que curiosamente la visión de las mujeres no coincide con la masculina. No me estoy refiriendo a juicios de valor sobre la actividad o sus protagonistas, hombres o mujeres. Me refiero al hecho de que ser prostituida no es algo deseado por la mayoría de las mujeres. Es evidente, una obviedad, de no ser así  la trata hace mucho que habría dejado de existir, porque todas nos dedicaríamos y el tráfico de mujeres y niñas no sería necesario.  Tampoco lo sería que nos recordaran desde todos los altavoces  y medios que eso es lo que se espera de nosotras y que es para lo que servimos.

Somos más de tres mil millones de mujeres que evidenciamos cada día, lo que algunos se niegan a aceptar, de empecinados  que están en defender sus privilegios y negocio. Que no queremos ser sus putas es una verdad como un templo, pero siguen por todas las vías posibles con su insistencia.


Fuente imagen. Pinterest

Nuestra resistencia implacable y obstinada,  fastidia. Y por ello nos ignoran, ridiculizan, difaman. Pero ahí seguimos,  somos feministas, abolicionistas y lo llevamos con orgullo, porque sabemos que la mayoría de las mujeres comparten nuestros planteamientos. Y esto no es arrogancia, ya basta del baile de cifras, la prostitución es un problema social, ideológico y político.  La única cifra constatable es que más de tres mil millones de mujeres no queremos ser prostituidas. Las que lo hacen admiten estar obligadas por las circunstancias, ante la escasez de mejores opciones, las más son explotadas o esclavizadas.  Se puede argumentar que tampoco las mujeres queremos trabajos de miseria, alienantes, es verdad. Pero a pesar de ello no optamos por la prostitución, nos tienen que llevar al límite para someternos, nos tienen que quebrar para aceptarlo. Pueden argumentarnos que es debido al estigma que lleva asociado, esto es un insulto a nuestra inteligencia, hay trabajos igualmente estigmatizados y con pésimas condiciones, a pesar de lo cual los aceptamos antes que prostituirnos. Por qué ese empeño en mantener la empresa, simplemente porque los protagonistas, los que generan la prostitución con su demanda son los hombres, nosotras solo la sufrimos. La institución les rinde pleitesía.

Dado que las mujeres somos seres inteligentes y según parece llevamos puesta nuestra propia empresa; ¿por qué razón no nos dedicamos todas en cuerpo y alma a prostituirnos?, ¿por qué no sacamos beneficio personal de este inmenso y lucrativo negocio que es la prostitución?, ¿por qué preferimos engrosar las estadísticas de la pobreza pudiendo vivir como reinas?. Detrás de todas las explicaciones, interpretaciones y lecturas del fenómeno por el cual las mujeres rechazamos el ejercicio de la prostitución hay una razón incontestable; no queremos, simplemente nos negamos. ¿Por qué hay que repetirlo tantas veces?. ¿Tanto cuesta aceptar que nos revelamos contra aquello que se espera de nosotras, el sagrado mantra de que nacemos para putas y no servimos para nada más? Nuestro empecinamiento y resistencia son nuestro modo de transgresión; la no aceptación de la imposición del sistema patriarcal y su alianza con el sistema neoliberal vigente que nos quiere como emprendedoras de nuestra propia miseria. Para lo cual nos expropia de lo único que nos queda, nuestro propio cuerpo, anulando por completo el último resquicio de humanidad, y nos propone ofrecernos como mercancía.

No queremos ser putas. No queremos despertar cada día para aceptar que nuestro cuerpo sea penetrado por todos sus orificios, manoseado, maltratado… exhibiéndolo semidesnudo haga frio o calor, expuesto a miradas enjuiciadoras que valoran la carne en relación a su uso y precio. No queremos ser cosificadas y enajenadas de nuestra dignidad de personas para ser tratadas como escupideras de fluidos de desconocidos. No, no queremos ser vuestras putas, llevamos siglos diciéndolo.

De ahí la insistencia de los voceros desde todos los púlpitos, siempre a favor de quienes intentan hacer de la prostitución su negocio, el que proclaman como el mejor trabajo posible, y evitan siempre mencionar la realidad ¿alguien conoce a alguna prostituta rica? En cambio puteros los hay a miles, y proxenetas también. La realidad siempre es mejor evitarla, que no estropee el negocio. Nada dicen de las condiciones de todas aquellas mujeres explotadas, niegan su sufrimiento. Lo llaman transgresión ¿qué norma transgreden ocupando el lugar que el sistema nos tiene asignado? ¿qué crítica introducimos en un sistema explotador si nos explotamos a nosotras mismas? Ventilan de un plumazo los logros conseguidos en una lucha desigual durante tanto tiempo. Todos los esfuerzos por acceder a las ventajas de una sociedad en condiciones de igualdad, como sujetos de derecho y personas, el acceso a la formación y el trabajo, la defensa de nuestra dignidad… quedan pisoteados por el discurso del individualismo feroz del sálvate tú misma como culpable de tus desgracias. Si eres pobre, si tienes trabajos de mierda, es porque quieres, hazte puta y todo arreglado.

Fuimos las feministas las que planteamos la reivindicación de la sexualidad femenina y de su ejercicio en libertad, la sexualidad como disfrute y placer, la libertad de elección, la diversidad sexual y la posibilidad del descubrimiento personal y de la alteridad en unas relaciones elegidas y aceptadas en igualdad. El feminismo y las mujeres orquestamos un descubrimiento de nuestra sexualidad, de nuestros cuerpos y del control sobre los mismos desde lo más íntimo, proyectando el cambio desde las relaciones interpersonales hacia toda la sociedad. Y esta fue nuestra revolución de la que estamos orgullosas. Aún sin el debido reconocimiento, nuestra historia y sus logros están implícitos en cada mujer u hombre que establecen y optan por una relación en igualdad, y ponen el sexo libre como bandera para la aventura más arriesgada, generosa y enriquecedora, la alteridad. La prostitución no tiene nada que ver con esto, es algo ajeno, que no nos interesa. Reiteramos, no queremos ser vuestras putas.

En pleno siglo XXI los hombres tienen pendiente su propia revolución personal, su propia revolución sentimental y sexual, tienen pendiente ubicar su lugar en una sociedad igualitaria, una vez destronados como amos de la creación.

Ellos son los verdaderos protagonistas de la prostitución pero jamás dan la cara, su poder está en la sombra. Hablar de prostitución es hablar de grandes cuentas en los bancos, en paraísos fiscales, de inmensas cantidades de dinero que corren en negro para comprar voluntades y leyes protectoras del negocio. De lobbies que presionan gobiernos y rigen los mercados con mano de hierro y desprecio social. De todos aquellos que no aparecen en los medios; inversores aislados en burbujas que con pulsar una tecla arruinan países; de falsos empresarios que son en realidad proxenetas y no dudan en encerrar a sus víctimas, mujeres o niñas, para sacarles beneficios y cuya suerte les es indiferente; de traficantes de cualquier cosa que les lucre, seres envilecidos como lo fueron y siguen siendo los tratantes de esclavos; de chulos y macarras capaces de amedrentar, golpear, violar y si la situación obliga, matar. Una historia conocida por todos y que los medios silencian y censuran deliberadamente.

La prostitución es un problema de los hombres que sufrimos las mujeres. Cabe preguntarse por qué la sociedad acepta con total naturalidad esa demanda masculina y por qué este hecho nunca se cuestiona.

Hablar de prostitución es hablar de lo que las mujeres no queremos hacer salvo obligadas. Y también es hablar de la hipocresía de un modelo económico caduco que ha llegado al límite y pretende retroceder hacia la esclavitud consentida, corrompido por la codicia y la basura de los discursos huecos de aquellos que temen perder su comodidad. Que nos cuentan mentiras sin pudor y son alentadores de un sistema salvaje porque les falta convicción, talento y valor para enfrentarse al mismo. Es hablar de la cobardía de quienes piensan, hombres y mujeres, que a ellos nunca les va a pasar. Piensan que la prostitución es algo que afecta a las mujeres pobres y sin recursos; mejor que consientan y lo hagan contentas. Mejor es venderles una ilusión de libertad, responsabilizarlas de la elección de su desgracia. Es infame que se nos intente convencer de que prostituirse es lo único que podemos hacer. Que es lo mejor, que además lo hemos elegido libremente y que con ello reventaremos el sistema que nos explota.

 En un momento en el que el sistema patriarcal está cuestionado, la función que ejerce la prostitución es la de reforzar y legitimar un modo de masculinidad, un modo de ser hombre como autoridad y referente superior, un macho alfa capaz de imponerse e imponer su deseo, la prostitución le otorga un plus de masculinidad. Al mismo tiempo se erotizan el poder, el abuso, la violencia, el uso de los demás en beneficio propio. Entre los más jóvenes que han sido socializados en una sociedad democrática con intención igualitaria, la prostitución es una escuela de desigualdad que impone la lógica del consumo y ésta prevalece sobre cualquier otra. Las relaciones de alteridad, se interpretan desde el consumo, los derechos del consumidor y el valor de la mercancía. La humanización en la relación desaparece. Y desde la experiencia más íntima se proyectan hacia las relaciones sociales. En la sociedad resultante todo está mediatizado y justificado por el cálculo mercantilista, las personas también. Para mantener el control la demanda se centra en la juventud y la inexperiencia, el abuso de menores es recurrente. En las investigaciones, redadas y detenciones, los testigos reconocen la presencia de menores en los burdeles, pero está naturalizado, tanto como la esclavitud. Ninguno denuncia.

La prostitución, la trata, la pornografía están vinculadas y organizadas por la globalización capitalista comulgando religiosamente con la ideología neoliberal. Pero en cambio, han sabido convencernos de que lo progresista es ir hacia atrás y apoyar la legalización de la prostitución. Ahora lo personal, en lo que respecta al cuerpo y el uso de las mujeres, ya no es político. Es simplemente personal. El análisis político y la violencia simbólica y real que subyacen en ella son apartados y deslegitimados. Las consecuencias son un macronegocio con un volumen de caja y recaudación, y un entramado de corrupción tan inmenso que puede llegar a superar la voluntad de los gobiernos, con la incidencia y presión de los lobbies proxenetas.

Somos feministas y somos abolicionistas, porque el feminismo no se preocupa tan solo de algunas mujeres, incluye en su modelo social a toda la sociedad y habla de personas en igualdad. Las abolicionistas reclamamos la vigencia de los derechos humanos y sociales, también para las prostitutas, pero no por su actividad sino por su condición de personas. Y por lo tanto reclamamos con urgencia unas políticas públicas adecuadas a la solución del problema y no para su pervivencia y aceptación resignada como un mal menor.

Las políticas que reclamamos deben tener la aspiración legítima de erradicar la prostitución y no solo que su práctica se haga con garantías sanitarias. Deben estar dotadas de suficientes recursos y fondos económicos y ser sostenidas en el tiempo, con unos compromisos institucionales y políticos mantenidos. Toda acción de gobierno debe tener contenido igualitario. Con políticas específicas de apoyo a las mujeres que ejercen la prostitución, con alternativas reales, tanto a las que quieren abandonarla, como aquellas que desean seguir. La mirada solo puede ser bajo una perspectiva feminista y de género y en este sentido no hay medias tintas, el feminismo solo puede ser de izquierdas y no tiene cabida en un marco neoliberal.

Es imprescindible centrar el debate en el consumo y en los consumidores, hay que incidir en la demanda mediante la sanción social. De la misma manera que se rechaza al maltratador, el putero debe ser cuestionado. No puede aceptarse como natural y sin consecuencias un ocio que se disfruta en cuerpos ajenos. Trasladar el interés al consumidor putero sí que sería verdaderamente innovador y transgresor y cambiaría el sentido de las políticas, es lo mismo que sucedió con la violencia de género.

Es imprescindible desmontar las falacias y mitos construidos en torno a una sexualidad regida por el mercado. No podemos  naturalizar la compra y venta de los cuerpos de las mujeres con el autoengaño exculpatorio de una elección voluntaria.

Para los representantes de la nueva política les señalo que el mercado, los mercados, no son entes abstractos, tienen nombres y apellidos y algunos gestionan macroburdeles. Tampoco son espacios neutrales, tiene ideología, y en este momento la hegemonía es neoliberal. En ellos los pobres no compran, solo venden lo único que poseen y a muy bajo precio.  

La regulación de la prostitución solo es defendible desde posiciones neoliberales, sus mayores defensores son los proxenetas y traficantes. Pero jamás veremos sus rostros, los medios no se harán eco salvo que caigan en desgracia. Utilizan la máscara más amable, son las propias prostitutas las que defienden la gran industria. Esta lógica perversa de defender a ultranza las propias cadenas, intenta invalidar cualquier intento de acercamiento a la comprensión y erradicación del fenómeno. Es el proceso del maltratador que intenta aislar a su víctima de cualquier entorno que no favorezca a sus propios intereses. Los sectores regulacionistas no aceptan ningún debate, deslegitiman el análisis político, y también el ético. Lo naturalizan como algo inevitable sin reconocer que jamás se han abordado sus verdaderas causas y que no se le han destinado medios. Se limitan a constatar su existencia, lo cual es cierto. Tan cierto como que existimos los más de tres mil millones de mujeres que no queremos prostituirnos. No queremos ser vuestras putas, no nos cansaremos de repetirlo.

Cruz Leal, pertenece al MDD de Catalunya, en pro de un feminismo como último ideal universalista.

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